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Derechos Reservados  © Mauricio Martinez R..

LO GROTESCO EN EL BUTOH: Recobrando una humanidad perdida...

por Maria Camila Lizarazo



PRIMERA PARTE: Descubriendo el Butoh...


El Japón en la posguerra


El butoh nace en el Japón de finales de los cincuenta; el Japón de la posguerra. En palabras de Lawrence Rollins "El butoh surgió como un movimiento que era una búsqueda de una nueva identidad, de darle  sentido a una sociedad tras la derrota". En el butoh hay un fuerte elemento de Hiroshima y Nagasaki (Rollins); la bomba atómica devastó al Japón dejando, sin embargo, una conciencia de humanidad aún más fuerte y arraigada.


Pasemos brevemente por el momento histórico por el que atravesaba este país de posguerra, país en reorganización que sufría cambios internos radicales y cuyo proceso, durante los cincuenta, dio pie para que surgiera un movimiento artístico de tanta fuerza expresiva y complejidad conceptual como la danza butoh.


Desde septiembre de 1945 a abril de 1952 el Japón vivió una época de ocupación liderado por Douglas Mac Arthur, comandante supremo de las fuerzas aliadas. Durante la Ocupación los americanos redactaron una nueva constitución que instauró una monarquía constitucional bajo el control de un parlamento británico. Se excluyó al emperador de la política quedando como simple símbolo del estado, y se buscó evitar la fuerte participación política de las élites militares que en tiempos anteriores a la guerra había sido tan decisiva. Este cambio en los centros de poder también influyó en que muchas de las artes tradicionales que recibían el apoyo de ellos, como es el caso del Kabuki, fueran de algún modo relegadas.


Durante la Ocupación se realizaron reformas democráticas en la agricultura que aumentaron la productividad; se hizo una revisión judicial; se reconstituyeron los sindicatos y se hizo un gran esfuerzo de reeducación destinado a extender la noción de democracia.


Hubo un corto gobierno socialista (1947-48), hasta que los derechistas del partido liberal democrático tomaron el poder. Tras el estallido de la guerra coreana, en Junio de 1950, las grandes demandas americanas proporcionaron a la industria japonesa los estímulos necesarios para un substancial crecimiento económico. El tratado de San Francisco firmado con los aliados, permitió a Japón recobrar su soberanía y reconstruir su ejercito. Los gobiernos liberal democráticos llevaron a cabo una política pro norteamericana e hicieron el Pacto de Acuerdo y Defensa Mutua, enfrentándose a la vez, con graves problemas: falta de espacio geográfico para la economía de expansión, rápido aumento de la población, auge del socialismo y oposición a política pro norteamericana.


La década de los cincuenta fue por todo ello una época de fuertes antagonismos. Artistas e intelectuales japoneses se alzaban en contra de los superpoderes, Estados Unidos y Rusia, a quienes veían responsables de una amenaza de destrucción inminente a causa de una guerra nuclear. También se mostraban contrarios a la tecnología, que venía de América y Europa, y en general a los modos de producción occidentales, pues rompían ese lazo sagrado que habían mantenido por tradición los japoneses con la naturaleza. Así, para ellos estas nuevas formas productivas llevaban consigo un sentido de alienación, deshumanización y pérdida de la identidad.  Entre 1959-1960 hubo fuertes protestas por la renovación con Estados Unidos, del tratado de Seguridad y Defensa Mutua (Blakeley 1988).


Sigamos repasando otros cambios sociales y económicos importantes que vivió el país en aquella época, para después centrarnos en su reflejo en las artes escénicas. El producto interno bruto del Japón empezó a incrementarse muy rápidamente desde principios de los cincuenta. Ya que Japón pudo estabilizar su tasa de nacimiento desde aproximadamente 1956, contaba con grandes recursos humanos pues mucha de su población se encontraba en edad productiva. Por otro lado, también los gastos gubernamentales se mantuvieron bajos, y los gobiernos conservadores del Japón habían logrado mantener un ambiente apropiado para el surgimiento de la industria.


El crecimiento ocurrió en los cincuenta y sesenta cuando las condiciones internacionales eran favorables. Japón tenía acceso a materias primas baratas y a tecnología y mercados occidentales.


Con la industrialización hubo una fuerte urbanización y ello llevó a grandes cambios sociales. Hombres y mujeres jóvenes buscaron irse a la ciudad en busca de trabajos mejores pagos. Esto hizo que la estructura familiar cambiara y se pasó en gran medida de la familia extensa a la nuclear.


En este periodo de rápidos cambios también se transformó la situación religiosa. En el Japón de posguerra los grupos religiosos, y sus seguidores, se incrementaron enormemente.  Nuevas religiones como el Soka Gakkai, Tenrikyo y Pl Kyodan rápidamente ganaron popularidad. Incluso muchos japoneses tenían más de una afiliación religiosa para encontrar estabilidad emocional en este periodo de cambios.


Sin embargo, a pesar de todos los procesos internos que produjo la industrialización, los valores tradicionales como el trabajo duro, la lealtad y el auto control permanecieron arraigados, causando admiración, para los occidentales, la flexibilidad de la estructura social japonesa.


Por otro lado, la devastación y el quebranto del orden establecido, que se vivió en el Japón tras la guerra, tuvo un profundo efecto en todas las manifestaciones artísticas del Japón, incluyendo la danza y el teatro.


El teatro occidental (shingeki), o "nuevo teatro", se había consolidado como movimiento en los años tempranos del siglo XX. Era un movimiento bastante politizado debido a su asociación con el Partido Comunista Japonés (PCJ), y apoyaba el realismo socialista soviético que expresaban autores como Ibsen y Stanislavsky. Con la Ocupación, el shingeki obtuvo casi que el monopolio de las artes teatrales en el Japón. Y es que desde la reforma Meiji en 1868, la antigua dicotomía entre artes nobles y comunes, fue reemplazada por la de artes japonesas, y artes importadas de Europa y América. Estas últimas siendo consideradas superiores y valiosas para ser imitadas; situación que se agudizó en la posguerra, bajo el dominio americano.


El kabuki, por ejemplo, fue desvirtuado durante los cincuenta, mirado con sospecha por la fuerza de ocupación, bajo el escrutinio de la censura, y considerado por las mismas audiencias japonesas, a raíz de su cambio en los gustos y actitudes, como pasado de moda.


Sin embargo, poco a poco, la situación hubo de cambiar. Muchos jóvenes artistas empezaron a sentir y argüir que el realismo socialista que apoyaba el shingeki ya no se ajustaba a las necesidades artísticas de un Japón de posguerra. La tensión entre viejos y jóvenes se empezó a intensificar por el hecho de que muchos jóvenes eran miembros del Zengakuren, el movimiento estudiantil japonés. El Zengakuren rompió relaciones con el PCJ en 1958 y ello intensificó aún más la brecha entre  antiguos pro shingeki y PCJ, y la gente del teatro joven que creía que el shingeki, con su realismo soviético, era incapaz de lidiar de forma significativa las preocupaciones contemporáneas del Japón de posguerra. Sin embargo, debido a la tradición y lazos políticos del shingeki, su fuerza y propagación eran difíciles de disminuir. Fue así que hubo un quiebre radical entre lo "viejo" y lo "joven" que se mostraba con pocos caminos de salida en el teatro japonés.


El movimiento de la danza, por el contrario, tenía en el Japón muy pocos lazos políticos, y por ello pudo, más rápidamente que el shingeki y las formas teatrales, abrirse a atacar y liberar la danza, a partir de elementos radicales e innovativos, del "chiste que era el dominio cultural occidental" (Blakeley 1988:12). Los experimentos de Hijikata y Ohno venían, en ese sentido, trabajando desde mucho antes de la Crisis de Seguridad de 1960, pero la culminación de sus experimentos se vio con Forbidden Colors.


Las audiencias japonesas empezaron a retornar y a revalorar sus anteriores formas escénicas desde mediados de los cincuenta y especialmente en los setenta. Para concluir esta sección resultan apropiadas estas palabras:


Even after Western performing arts were introduced during the Meiji era, traditional genres survived. The reason that the two have continued to coexist is, in a historical perspective, that the impact of Western performing arts (shingeki) was limited within Japanese society (JPA).